Dudas. Miedo. Cuando tenemos incertidumbre, se nos disparan un montón de sentimientos. A veces, disfrazamos el miedo con una capa de confianza falsa; otras, nos quedamos congelados, sin poder responder a lo que nos pasa. La confianza, sobre todo en algunas ocasiones, es una asignatura pendiente para muchos de nosotros.
La pérdida
No todo el mundo tiene problemas de confianza. Al menos, no en las mismas situaciones. La cantidad de confianza, o la falta de ella, depende de varios factores, como la experiencia, por ejemplo.
Hace ya bastante tiempo, en mi primer año de docencia en postgrado, la escuela de negocios en la que trabajaba me pidió que diera una charla de unos quince minutos a los alumnos para contarles de qué iba mi asignatura antes de que empezáramos.
Cuando llegué allí, a una hora intempestiva de la tarde, después de un día entero de clases, me encontré con un montón de gente cansada que solo quería irse a casa. Prestaron poca atención a lo que dije y no hicieron preguntas. Toda la explicación duró menos de 10 minutos, y salí de allí pensando que lo había hecho muy mal y que no había conseguido transmitirles nada relevante sobre lo que iban a estudiar.
El primer día de clase, me costó mucho centrarme pensando que no estaba consiguiendo despertar ningún interés por la asignatura.
Lo que pasó aquel día, combinado con mi falta de experiencia, hizo la magia. Mi confianza se evaporó.
Perder la confianza, o que alguien nos haga perder, en uno mismo puede llegar a ser bastante sencillo. Pero la buena noticia es que podemos buscar los mecanismos para esto no llegue a suceder.
Tres piedras angulares: Permiso, Comunidad y Curiosidad
Estaba claro que esa primera clase no iba a salirme bien. Yo misma me había puesto en el medio. Era como si se me hubiera olvidado cómo dar clase.
Yo suelo salirme del guion en mis clases, y aprovecho cada pregunta, aunque se salga del tema, como una oportunidad para aprender, pero ese día no pude. No me había dado permiso para ser yo misma, preocupándome más por «hacer las cosas bien» que por ofrecer la mejor experiencia de aprendizaje a mis alumnos. El miedo a no ser lo suficientemente interesante me hizo ser muy aburrida.
Días después, compartí cómo me sentía con una compañera profesora y amiga. Me dijo que la próxima vez que me sintiera así, fuera a hablar con ella. Habíamos dado clases juntas en el pasado y no tenía dudas sobre mí. Cualquiera puede caerse -me dijo-, pero es más fácil cuando alguien te ayuda a recuperarte. Y tenía razón.
Después de nuestra conversación, estaba decidida a volver a ser yo misma en clase, pero me di cuenta de que necesitaba saber qué había pasado ese día durante mi presentación. Mi cabeza estaba haciendo horas extras, suponiendo que podía haber hecho distinto y eso estaba matando mi confianza.
Así que decidí preguntar a mis alumnos. Compartí abiertamente con ellos cómo veía lo que había pasado en nuestras dos primeras interacciones, pregunté qué pensaban y qué necesitaban para que el curso mereciera la pena. Dedicar esos diez minutos a aclarar lo sucedido y entender qué esperaban fue catártico. El resto del curso fue muy bien.
Lo que pasó me hizo mejor me hizo mejor profesora porque, de paso, entendí como puedo ayudar a mis alumnos cuando son ellos los que pierden la confianza.
Para generar confianza, necesitamos permiso para ser nosotros mismos sin miedo a las consecuencias, una comunidad que nos apoye y nos proporcione feedback, y la curiosidad suficiente para entender, no imaginar, la realidad. Lo mismo aplica si queremos generar confianza a las personas de nuestros equipos.
Foto de Brett Jordan en Unsplash