La primera vez que me di cuenta de que necesitaba empezar a contar historias estaba a punto de terminar la carrera.
Un accidente
Había estado trabajando en mi proyecto final de carrera durante el último año y medio, formando parte de un equipo donde había médicos, físicos e ingenieros. Trabajábamos en un hospital, desarrollando herramientas que hicieran más precisos ciertos diagnósticos de algunas enfermedades. Los ingenieros nos encargábamos de desarrollar esas herramientas. Mi parte consistía en programar una aplicación que se iba a utilizar para interpretar y analizar un tipo especial de imágenes cardiacas.
Después de mucho tiempo, y no menos esfuerzo, llegó el día en el que iba a presentar mi trabajo al tribunal. Con esto acababa la carrera.
La sala estaba llena de gente: amigos, algunos profesores y bastantes miembros de mi equipo del hospital. Había trabajado muchísimo en una presentación y una demo de la aplicación para explicar en qué consistía el proyecto. Todo estaba preparado. Y sorprendentemente, tratándose de una demo, no falló nada.
Empecé a hablar y según pasaba el tiempo, me di cuenta de que tanto el tribunal como el público estaban muy aburridos. Mi presentación estaba llena de datos, referencias y detalladísimas capturas de pantalla. Técnicamente, era perfecta. Aun así, todos, yo incluida, hubiéramos preferido estar en otro sitio.
Lo estaba haciendo muy aburrido. Y me empecé a sentir muy insegura.
Terminé mi exposición, hicieron las preguntas de rigor, y me dieron la nota. Después de todo, el tribunal había conseguido no dormirse a pesar de que no se lo puse fácil.
Después de la experiencia, pensé que tenía que haber otra forma de dar una charla, aunque fuera muy compleja, consiguiendo que fuera interesante y entretenida. ¿Es incompatible hablar de temas técnicos y conseguir que la gente se enganche?
Involucrar a la audiencia
25 años después de aquello, sé que no. No es incompatible. Se puede dar una charla muy técnica y enganchar a la audiencia. Si no lo consigues, no recordarán nada de lo que les has contado o les será bastante complicado.
Básicamente, comunicar bien consiste en hacer que tu público se involucre. Y solo hay una manera de conseguirlo: hacerles sentir. La gente nunca olvida cómo les has hecho sentir. Y es así como recuerdan la información.
A lo mejor crees que esto no aplica en tu trabajo. Que cuando cuentas algo es muy técnico y ahí no caben las emociones. Pero sí, si caben.
Siempre que tengas personas delante escuchándote o leyendo lo que escribes hay emociones involucradas.
Una buena historia
Los seres humanos adoramos que nos cuenten historias. Las historias eran la forma de transmitir información o conocimiento incluso antes de que aprendiéramos a escribir. Y aún lo son.
Una buena historia, una que de verdad enganche a tu público, está siempre llena de emociones. Despertar la curiosidad, provocar miedo, hacer reír, disparar la empatía… son medios para usar las emociones en cualquier charla.
Tampoco tiene que ser muy larga. Puede ser una anécdota que tenga que ver con el tema que quieras desarrollar; un chiste que relaje el ambiente; un cuento que lleve algo de lo que aprender; o un símbolo que traiga la emoción que necesitas que esté presente.
La historia puede ser la introducción. También funciona como final, si quieres hacerles reflexionar o presentar una conclusión.
Volviendo a mirar aquel día, pienso que podría haber hecho algunas cosas distintas. Podría haberles contado cómo fue la primera vez que un médico probó la aplicación y me dijo sonriendo que le veía mucho potencial para mejorar sus diagnósticos. Podría haberles contado lo que sufrimos probando el resultado durante días interminables, porque estos médicos necesitaban que no hubiera ningún error que pudiera empeorar las vidas de sus pacientes. O quizás podría haberles hecho reír contándoles lo perdida que estaba los primeros días en el hospital. Tenía miles de historias para contar.
Aquel día dejé las emociones fuera de mi presentación y perdí una oportunidad de oro para comunicar realmente de qué iba mi proyecto. Por no hablar de que posiblemente lo hubiéramos pasado todos bastante mejor.