La última semana en España, hemos sabido que, durante lo peor de la crisis de la COVID-19, la Comunidad de Madrid adjudicó un contrato para proveer mascarillas a un conocido de la presidenta de la Comunidad. En el último mes, supimos que el primer ministro de Reino Unido asistió a una fiesta durante el confinamiento, saltándose las reglas que su propio gobierno impuso en la pandemia. Aquí y allá, tenemos ejemplos de líderes comportándose, digámoslo así, de forma cuestionable. Estas situaciones son perfectas para reflexionar sobre la ética en el poder.
Lo primero, definamos qué es ética. La ética es el conjunto de principios y estándares de conducta que gobiernan el comportamiento de un individuo o un grupo. La gente desarrolla estos estándares dependiendo de lo que la familia, la educación, la cultura o la religión les hayan enseñado. No es algo con lo que se nazca; es algo que se aprende, y depende mucho del contexto.
Los valores universales no son universales
Esta es la primera vez en la historia de la humanidad en la que podemos hablar de valores universales. Conceptos como dignidad, igualdad y libertad de pensamiento, por ejemplo, están recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Y probablemente, si preguntamos, cualquier persona añadiría a la lista de estos valores universales honestidad, sinceridad y verdad.
Así que, en general, todos sabemos lo que está bien y lo que está mal; pero el contexto importa. Muchas veces, eso que está bien colisiona con otras cosas: intereses personales, diferentes lealtades o deudas. Y esto provoca un conflicto entre lo que sabemos que deberíamos hacer y lo que queremos o nos piden que hagamos. En estos casos solo nuestra brújula moral interna nos puede ayudar. A falta de eso, las reglas y leyes, y también la presión de los que tenemos alrededor puede funcionar. Pero ya hemos visto, que no está exento de fallos.
Erosión continua de la confianza
Para que una sociedad sea fuerte, los ciudadanos deben confiar en sus líderes. Y lo mismo es cierto para una empresa. Los líderes definen una parte muy importante de la cultura de una compañía. Y, por lo tanto, la manera en la que resuelven estos conflictos importa porque están dando ejemplo.
Cada vez que vemos a alguien escogiendo sus intereses personales por encima de lo que es ético hacer, perdemos nuestra confianza. Es más, los comportamientos poco éticos producen dos resultados: la gente dejará de arriesgarse y algunos de ellos se empezarán a comportar igual. La falta de confianza y la falta de estándares éticos no debería ser algo que se promueva en una empresa que pretenda durar.
Responsabilidad
Hablar sobre ética en el poder requiere hablar sobre responsabilidad. No se trata solo de que el comportamiento de los líderes defina la cultura de una empresa. Todo el mundo tiene la responsabilidad de preocuparse por los comportamientos que se están fomentando. Y lo mismo es cierto para cualquier sociedad.
La gente debería hacer a sus líderes responsables de sus decisiones, y no apoyar lo que no es correcto.
En el otro lado, los líderes necesitan empezar a considerar la ética como una parte esencial de su trabajo, incluso cuando colisione con otros intereses. En resumen, ninguno debería estar en esa posición para aprovecharse de ella, sino para gestionar la complejidad y la incertidumbre. Si no pueden distinguir dónde están las líneas rojas, simplemente deberían dejar el cargo.
La ética no es solamente una cuestión individual. Todos tenemos responsabilidad.