Mañana hará un año desde que empecé a escribir en este blog. Quizás sea por esto que me apetecía hablar del compromiso y cómo impacta en las relaciones.
Encontrarte aquí cada semana no es fácil. Requiere tiempo y esfuerzo. Cuando las cosas van bien y tengo menos que hacer, puedo pensar en el tema, investigar un poco y encontrar contenido que me ayude a dar forma a lo que pienso que te puede interesar. Otros días, sin embargo, trabajo contrarreloj y es cuando mi compromiso se hace imprescindible.
Es ese compromiso el que me permite tener presente el objetivo en vez de las circunstancias particulares de cada momento, cuando las cosas se tuercen. Tiene un impacto evidente en cómo manejo mis prioridades y también, bastante menos evidente, en cómo trabajo. Sabiendo que escribiré todas las semanas, aprovecho casi todo lo que leo como fuente de inspiración; para usarlo cuando tengo la página en blanco delante. Esto lo he aprendido con el tiempo.
El para qué
No hay compromiso sin un para qué. El mío es aprender en primer lugar y compartir lo que sé después. Cuanto más leo y más escribo, más entiendo de qué va esto del desarrollo de las personas y mejor acompaño a mis clientes y enseño a mis estudiantes. El compromiso suele ser mayor si hay alguien más beneficiado.
En general, la gente se compromete porque gana algo involucrándose. No lo olvides si lideras personas. Necesitas darles un para qué, ofrecerles algo de valor, no pedirles ayuda. Por lo tanto, tienes que conocer qué les importa para contarles para qué deberían meterse en lo que les propones. Lo más difícil no es hacer que la gente se comprometa, sino que el compromiso dure en el tiempo.
Hay muchas razones por las que la gente se siente comprometida. He mencionado el propósito y también que haya una tercera parte beneficiada. También puede ser el sentido de pertenencia, la posibilidad de aprender cosas nuevas, o simplemente el reto. Tu cometido como líder es encontrar la razón de cada uno para quedarse y ser claro con ellos.
Sentirse valioso
La gente que sabe que es valiosa, que conoce su valor y que quiere mejorar es la que mejor trabaja.
Pido feedback muy a menudo con un par de preguntas: qué te aporta y cómo lo puedo hacer mejor. Esto alimenta mi aprendizaje y también mi compromiso.
No des por sentado que la gente con la que trabajas sabe que está haciendo un buen trabajo. Díselo. Estarán más motivados y comprometidos si son conscientes de que los valoras. Dales feedback frecuentemente, de forma que puedan continuar aprendiendo.
Elegir el reto adecuado
Hace algunos meses, una antigua compañera de trabajo me preguntó si quería unirme a un proyecto que empezaba: crear un nuevo podcast. Sonaba bien. Y sin embargo, para aceptar, teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que tengo y mi compromiso con este blog, necesitaba saber cómo iba a ser esa colaboración antes de comprometerme; qué iba a requerir de mí.
Todos necesitamos sentir que lo hacemos bien, por eso si pedimos más de lo que la gente puede conseguir, se irán. Y, al mismo tiempo, también necesitamos sentirnos retados a hacer cosas nuevas, cosas que no hubiéramos tenido en mente, como parte de nuestro desarrollo.
Escucha a tu equipo y equilibra ambas cosas para conseguir que se enganchen.
Estoy contenta. Después de un año, sigo escribiendo. Sigo aprendiendo. Y tú estás leyendo lo que escribo. No podría pedir más.
Gracias.