Pigmalión

Ayer estuve con una mujer a la que admiro. Entre otras cosas porque no es nada convencional en su forma de pensar ni de hacer. La pasión y la curiosidad la mueven y es un privilegio estar con alguien a quien le brillan los ojos cuando habla de lo que hace. Y de porqué lo hace.

Me contaba que va a, por fin, cumplir un sueño. Va a atreverse a hacer algo que le apasiona. Algo que no forma parte de su trabajo ahora pero que quizás sea su trabajo en el futuro. Se va a exponer a hacer algo nuevo, en lo que es una principiante.

Era curioso porque no pronunció ni un solo debería mientras me lo contaba. Ni un solo tendría que. Ni un solo esto es lo que me toca. Solo había quieros, me apetece y me hace ilusión. La fuerza detrás de sus palabras era atronadora e ilusionante. El sueño estaba ahí sin esconderse.

Y en un momento dado una duda nos sobrevoló. Y yo quién soy para hacer esto. Porque claro, no soy nadie. Soy una desconocida. Y si resulta que mi trabajo no vale, que me preguntan por él y no sé que decir, que contestar. «Quizás tendría que inventarme un personaje» – me dijo.

Parecía otra persona distinta a la que me había hablado hasta ese momento. El sueño había dejado paso a otra cosa: el miedo. Y el miedo habló de tengo y de debería. Fue como si de repente esa película en tecnicolor y con sonido envolvente se convirtiera en una película muda y en blanco y negro.

Así que le dije lo que veo en ella. Le dije que me parecía una mujer extraordinaria, completamente fuera de lo normal. Alguien que por sistema no se conforma, que busca lo que le apasiona. Alguien que se atreve a exponerse y que lo intenta. Que se mira al espejo todos los días y se pregunta si está haciendo lo que quiere o lo que le toca. Y le pregunté: ¿sabes lo raro que es eso? ¿sabes la de gente que no se atreve ni a preguntarse qué le haría feliz?

Justo el día anterior terminé un libro llamado Una Educación, de Tara Westover. Y hay mucho de esto: «El mayor factor determinante de quien eres se encuentra dentro de ti. […] No era más que una mujer de clase trabajadora con un vestido bonito. Hasta que creyó en sí misma. Entonces no importó el vestido que llevaba puesto.»

Y a veces solo tenemos que decirle a la persona que tenemos enfrente lo que vemos para que el milagro se obre. Y se crea. Crea en ella. Esto es el efecto Pigmalión.

¿Hace cuánto no le dices a alguien lo extraordinario que ves en él? Observa que ocurre. Quizás te sorprendas.