No valgo para esto. No sé lo suficiente para hacerlo. Soy una impostora. Casi todos hemos tenido este tipo de miedos. Esto es lo que se conoce como síndrome del impostor: una gran inseguridad que hace que nos preguntemos porqué estamos haciendo lo que sea que hagamos.
El síndrome del impostor es uno de los sentimientos más habituales cuando estás intentando hacer cosas que nunca has hecho antes o que están fuera de tu zona de confort.
Cuando años atrás dejé mi trabajo para empezar a trabajar como coach, lo sentí. También, cuando me enfrento a retos desconocidos, trabajo en algún proyecto difícil con colegas que saben mucho más que yo, o empiezo a poner en práctica técnicas nuevas. La primera vez que di una clase en la universidad, pensé lo mismo: ¿qué hago yo aquí?
Pero sé que no estoy sola. Según algunas investigaciones, el 70% de la gente siente este tipo de miedos alguna vez. No se trata tener poca confianza en uno mismo en general. Es que, en determinadas situaciones, la gente tiende a tener dudas sobre lo que son capaces de hacer o si se merecen estar donde están.
Perfeccionismo
Hay algunos patrones comunes entre la gente que experimenta el síndrome del impostor. Uno de ellos es el perfeccionismo, del que me declaro culpable. Tener siempre unas expectativas muy altas de lo que hay que conseguir y seguir buscando errores, aún cuando se logren el 99% de los objetivos, puede hacer que te cuestiones tu competencia.
El perfeccionismo está provocado principalmente por creencias internas, para evitar el fallo y el juicio. Pero también tiene un componente social debido, por ejemplo, a la enorme competencia profesional en algunos ámbitos.
De todas formas, no todo es malo. Un perfeccionismo sano, aquel que empuja a hacerlo mejor cuando se cometen fallos, puede ser motivador y abre la puerta a resolver problemas y conseguir lo que se pretende.
Adam Grant, en su libro “Think again” explica cómo usar el síndrome del impostor a tu favor, dejando de buscar la perfección para ir hacía la maestría.
Ser maestro en algo es más un viaje que un destino, porque siempre puedes saber más. E implica convertirte en un estudiante de por vida. En este viaje, es perfectamente entendible no saberlo todo y usar esa energía en buscar qué es lo siguiente que necesitas saber. Te permite cuestionar lo que sabes y, si es necesario, cambiar de estrategia.
Simúlalo hasta que lo consigas
Cuando nos sentimos inseguros, lo demostramos. Nuestra comunicación no verbal lo muestra claramente. Tendemos a cerrarnos, a enrollarnos sobre nosotros mismos, protegiéndonos. Lo contrario también es verdad. Cuando nos sentimos poderosos, tendemos a abrirnos, a estirarnos.
Es evidente, por tanto, que nuestro no verbal comunica mucho de lo que sentimos y también hace que otras personas se hagan una idea sobre nosotros.
Pero, lo interesante como dice Amy Cuddy es otra cosa: ¿podría nuestro no verbal influir en como nos sentimos o lo que pensamos sobre nosotros? La respuesta es sí.
Podemos usar nuestro cuerpo para hackear nuestro cerebro, simulando que nos sentimos poderosos y seguros. Si nos estiramos, miramos hacía arriba o sonreímos podemos provocarnos esa sensación de seguridad cuando pensemos que no deberíamos estar haciendo algo. Estos gestos nos pueden dar la fortaleza necesaria cuando empezamos a hacer cosas que nos dan miedo. Y esto tiene un efecto curioso: cuando más las hacemos, menos dudamos.
Hace ya algunos años, cuando estaba haciendo mi certificación como coach, una de mis profesoras me dio este consejo:
Simúlalo hasta que lo consigas. Habrá clientes complicados que, sobre todo al principio, te harán dudar de tus capacidades para hacerles coaching. Está bien. Simplemente, créete que sabes. Respira hondo, estírate y concéntrate en ellos.
A mí me funcionó.
Así que la siguiente vez que tengas síndrome del impostor, respira hondo y simplemente créete que sabes hacerlo.