Decidir supone, normalmente, una tensión entre lo que quiero a largo plazo y lo que necesito a corto. Por eso la mayoría de las veces es un proceso complicado en el que desarrollar lo que se conoce como pensamiento de segundo orden nos puede ayudar a desvelar implicaciones que no hemos tenido en cuenta, evitando que sucedan cosas que no hemos visto venir.
¿Cómo podemos identificar esas consecuencias de segundo orden? Haciéndonos las preguntas adecuadas.
Preguntas de segundo orden
Cuando tenemos que tomar una decisión, nos hacemos preguntas relacionadas con el problema o la situación que tenemos que resolver. Estas preguntas se conocen como preguntas de primer orden, y las hacemos para entender los detalles de la situación sobre la que tenemos que decidir.
Las preguntas de segundo orden pretenden ir más lejos. Son preguntas cuyo objetivo es entender el proceso, y generalmente se construyen sobre las de primer orden. Son preguntas sobre las preguntas.
Por ejemplo: si pregunto dónde debo ir, estoy haciendo una pregunta de primer orden. ¿Por qué debo ir allí? Es una pregunta de segundo orden. Me permite pensar más allá de lo evidente y ampliar mi visión.
Este tipo de preguntas sobre el proceso nos ayudan a evitar nuestros sesgos, o al menos a ser más conscientes de ellos. Nuestros pensamientos y creencias vienen determinados por nuestra educación y valores, la experiencia o nuestra cultura. Así que nuestras decisiones se ven afectadas por estos factores también. Cuestionar por qué pensamos lo que pensamos forma parte de este proceso de ir más allá.
Un modelo mental
Tanto si gestionas personas como si no, y en palabras de Ray Dalio, “no considerar consecuencias ulteriores es la causa de la mayoría de las malas decisiones”. Por lo tanto, ser capaces de cambiar a un modelo mental donde se desarrolle el pensamiento de segundo orden es, sin duda, una ventaja.
Con este modelo tenemos más información para considerar el impacto, bueno o malo, de las decisiones en el futuro, sus riesgos potenciales y los efectos a largo plazo. Es más, ser capaces de tener en cuenta los resultados combinados en el tiempo, nos abre la puerta a explorar distintas posibilidades y también ser conscientes de los límites de la decisión que estamos tomando.
Pensar de esta forma debe ser algo deliberado porque es un proceso iterativo y complejo que nos requiere esfuerzo. Para cada problema, y después de llegar a una primera solución, tenemos que hacernos preguntas que nos ayuden a identificar cuáles son las consecuencias de esa solución. Por ejemplo: ¿qué riesgos hay?, ¿cómo impacta en el sistema (elementos, procesos y flujos) ?, ¿qué pensarán otras personas de mi decisión?, ¿cómo sé que tengo razón?
Si soy capaz de contestar a estas preguntas, puedo tomar una decisión mejor teniendo en cuenta no sola las implicaciones inmediatas, sino también las de segundo o tercer grado. Además, el proceso en sí mismo me permite aprender y mejorar mis decisiones en el futuro.
El pensamiento de segundo orden requiere trabajo, pero si consideramos que tomar decisiones es una de las misiones más importantes de cualquiera que gestione personas, quizás merece la pena darle una oportunidad.
Foto de Kenny Eliason en Unsplash