El pasado lunes fue 8 de marzo. El Día Internacional de la Mujer. Un día que pretende ser una llamada a la acción para que la paridad de género sea una realidad. Y también un buen momento, me parece, para hablar de mujeres líderes.
Esta crisis que estamos viviendo nos ha dado la oportunidad de estudiar mejor el impacto del liderazgo de las mujeres para entender cuál es y como los líderes, hombres y mujeres, pueden aprender de estas conclusiones.
Hasta ahora, el liderazgo era androcéntrico.
Durante todo el siglo XX, los hombres han estado en prácticamente todos los puestos de poder, convirtiéndose en modelos para los nuevos líderes que llegaban, incluidas las mujeres. Esto ha hecho que muchas mujeres asumieran comportamientos que eran típicamente masculinos: ser muy racionales, sin espacio para las emociones; algunas veces con más agresividad y focalizadas únicamente en los resultados.
Estas ideas sobre “lo que está bien” vienen acompañadas, además, de una gran autoexigencia (lo tengo que hacer muy bien; tengo que hacer más) para no verse cuestionadas por el simple hecho de ser mujer.
Este comportamiento es muy común cuando hablamos de supervivencia. Llegamos a un sitio nuevo y automáticamente empezamos a modelar los comportamientos que son aceptables allí, para poder integrarnos. Si, además de eso, sentimos que necesitamos ganarnos el derecho a “estar allí”, la presión es aún mayor. Este es el motivo por el que muchas mujeres pensaban que no se podían permitir ningún fallo, incluso si sus colegas varones si podían permitírselo.
La situación ha ido cambiando en las últimas décadas.
Cada vez más a menudo, algunas mujeres valientes empezaron a hacer cosas distintas sin copiar los comportamientos que imperaban en los espacios de trabajo.
Y ahora podemos ver cuál es el impacto. Hay muchos estudios (como este que hizo y ha actualizado recientemente Mckinsey & Company – en inglés -) que evalúan como el talento femenino puede marcar la diferencia si hablamos de resultados, por ejemplo: las compañías con diversidad de género pueden llegar a tener un 15% más de beneficio comparadas con empresas de su sector.
Por lo tanto, parece claro que aquí hay algo que están haciendo muy bien las mujeres líderes y de lo que todos, hombres y mujeres, podríamos aprender.
Para entender qué es lo que puede ser, merece la pena repasar un estudio desarrollado por Zenger y Folkman en el 2011 y que ha sido actualizado en el 2020 (en inglés). Definieron 19 competencias básicas de liderazgo y evaluando (antes de la pandemia) a más de 60.000 líderes en todo el mundo.
No es sorprendente que los hombres líderes representaran en media el 62% de la muestra, ni que este número subiera hasta el 78% en las posiciones más altas. Lo que sí fue una gran sorpresa es que las mujeres líderes recibieron mejor evaluación en 13 de las 19 competencias.
Entre marzo y junio del 2020, volvieron a evaluar a 820 líderes (55% hombres) para ver si las mujeres líderes seguían recibiendo esta evaluación aún en épocas de crisis. Y sí, seguían igual.

¿Qué están haciendo distinto?
Si miramos las respuestas, las habilidades interpersonales tienen una relevancia especial: “inspira y motiva”, “construye relaciones”, “colabora”. En resumen, prestar atención a la gente, trabajar en las relaciones y colaborar son habilidades que marcan la diferencia antes y durante la crisis.
Las mujeres líderes son capaces de preocuparse por el bienestar de la gente y ocuparse de sus emociones, al mismo tiempo que confían en los planes que han definido para que las cosas ocurran.
Muchos hombres pueden argumentar que éstas no son competencias exclusivas de las mujeres. Y, por supuesto, tienen razón. Pero en muchas empresas, debido fundamentalmente a una cultura de “aquí las cosas siempre se han hecho así”, desarrollar un tipo de liderazgo más emocional que esté centrado en la gente y los resultados (por ese orden) no es demasiado fácil.
Lo que de verdad importa es que nos demos cuenta de lo que funciona y de lo que no cuando tenemos la tarea de liderar personas. Y está demostrado que si desarrollamos nuestra inteligencia emocional seremos mejores líderes.
Cambiar la cultura es responsabilidad de todos. Y cuanto antes nos comprometamos con esta tarea, mejor nos irá en las siguientes crisis que vendrán.