Esta semana tuve una conversación muy interesante sobre el miedo al cambio y merece la pena compartir algunas de los aprendizajes que me llevé. Para ser sincera, aprender de otros mientras tenemos una conversación es una de mis formas favoritas de hacerlo: requiere menos esfuerzo considerar otros puntos de vista.
¿Qué es cambio?
Estamos siempre cambiando porque envejecemos. Ni nuestros cuerpos ni nuestras cabezas son los mismos que hace 5, 10 o 20 años. Estamos acostumbrados al cambio, y sin embargo hay cambios que sufrimos más que otros. Como dice Simon Sinek, la gente teme al cambio repentino, no al incremental.
La pregunta es obvia: ¿qué es cambio para nosotros? ¿Cuánta cantidad de cambio incremental es suficiente para hacernos sentir miedo?
Claramente, es diferente para cada persona. Y para conocer la respuesta, necesitamos escucharnos, y cierto tiempo para procesar lo que sentimos y nuestras emociones. Sin embargo, ser capaces de concentrarnos en nosotros mismos y escucharnos requiere un poco de entrenamiento. Pero una vez ahí, tanto nuestro cuerpo como nuestras emociones son una fuente de información inagotable, que probablemente nos puede dar pistas importantes sobre lo que necesitamos hacer.
Se paciente
Cuando el miedo aparece, reaccionamos automáticamente: nuestra amígdala nos secuestra disparando la reacción de lucha o parálisis. Y en ese momento, no somos capaces de pensar. Sabiendo esto, sería buena idea darnos tiempo para trabajarnos esa reacción automática y ocuparnos de cómo estamos emocionalmente. Mucha gente trata el miedo desde un punto de vista racional cuando claramente es un proceso emocional; es importante saber esto antes de tomar ninguna decisión. Por lo tanto, ser pacientes y esperar a ver cómo se desarrolla la situación y qué información nos está dando nuestro cuerpo y nuestras emociones es clave.
La experiencia cuenta
Mirar el cambio como un proceso (y no como un fin en si mismo) ayuda. Igual que lo hacen las experiencias previas que hayamos tenido, si hacemos el esfuerzo de analizarlas. Todos hemos sufrido muchos cambios en nuestras vidas: algunos forzados y otros buscados. De cualquier forma, necesitamos tiempo para pensar sobre ellos, y encontrar qué funcionó y que no cuando los hicimos frente.
Además, así cada vez nos conoceremos mejor: qué reacciones podemos tener, cuánto tiempo necesitamos para procesarlas, qué nos funciona mejor para no reaccionar automáticamente.
Analizar el pasado también tiene un efecto colateral importante: saber de lo que somos capaces. Así podemos ir completando nuestra caja de herramientas para los siguientes cambios. Si sabes que pudiste, ¿por qué no vas a poder ahora? Si eso que hiciste funcionó, puedes intentarlo otra vez.
Ganar confianza en nuestras posibilidades es un buen punto de partida para evitar tener miedo al cambio.
Y, sin embargo, necesitamos seguir siendo humildes. Un cambio siempre es un cambio. Aún teniendo una caja llena de herramientas, necesitamos estar preparados para lo no predecible.
En este punto, voy a volver al principio e invitarnos a que intentemos hacer de cada cambio una oportunidad de aprender sobre nosotros mismos. Teniendo en cuenta de que no podemos hacer nada para evitarlos, quizás debamos atrevernos a quedarnos en el proceso el tiempo suficiente para aprender a no tener miedo al cambio y jugar para ganar.