Ockham's razor / La navaja de Ockham

La navaja de Ockham

Se dice que la respuesta más sencilla que explica un suceso suele ser la verdad. Esto es lo que se conoce como la navaja de Ockham, en honor a un filósofo inglés – Guillermo de Ockham. El razonamiento es bastante simple. ¿Para qué vamos a buscar respuestas complicadas si tenemos delante una posible explicación más sencilla?

A veces, algo que parece sentido común nos puede complicar la vida.

Simplificación

Nuestro cerebro tiende a simplificar cuando nos encontramos con un evento complejo. Para hacerlo, tomamos los datos que creemos que son más relevantes, desnudando la realidad de detalles innecesarios. Nos hacemos una composición de lugar que permite que el mundo sea como nos gusta: lineal y explicable. Pero el diablo siempre está en los detalles.

¿Con qué criterio simplificamos? ¿Por qué elegimos una información y no otra?

Nuestra educación, experiencia y conocimiento juegan un papel importante en cómo elegimos; así como nuestras creencias, valores y sesgos.

Esto es lo mismo que decir que dos personas distintas podrían seleccionar elementos diferentes de una misma realidad, y después de simplificar, explicar dos realidades que no tuvieran nada que ver.

Cuando tenemos mucha complejidad, simplificar no es la panacea.

Necesitamos ordenar el caos

El caos nos trae incertidumbre, y la incertidumbre dispara nuestros miedos. Simplificar es la respuesta natural a nuestra necesidad de poner orden y recuperar cierta sensación de control. Desgraciadamente, esta estrategia no suele dar buenos resultados cuando las cosas se complican.

En los años 60, David Snowden propuso un modelo de toma de decisiones en entornos complejos donde es difícil explicar lo que sucede, el modelo Cynefin. Tal y como está definido, el mundo se divide en dos partes: lo ordenado y lo no-ordenado.

Cuando nos movemos en la parte ordenada, somos capaces de explicar lo que sucede, incluso con cierto grado de complejidad. Si podemos explicarlo, podemos desarrollar una práctica que nos resuelva el problema. Y lo que es más importante. Podemos desarrollar un método.

Un método no es nada más que un sistema para resolver un problema, sencillo o complicado. Y lo mejor es que no tenemos que volver a pensar en cómo resolverlo.

Sin embargo, cuando trabajamos en la parte no-ordenada y tratamos de seguir la misma estrategia, la simplificación no funciona. Y la razón es la complejidad.

Cuando simplificamos y aplicamos la navaja de Ockham, estamos construyendo teorías sin tener un conocimiento suficiente de lo que sucede. Las posibilidades de equivocarnos crecen. El reduccionismo es cómodo porque nos quita trabajo, pero deberíamos huir de él.

Por lo tanto, aunque nos cueste, deberíamos reconocer que hay fenómenos tan complejos que no podemos explicar.

Y siendo todo esto cierto, también es verdad que no hay tiempo para ponernos a investigar todo lo que pasa. En la práctica, deberíamos plantearnos si las personas que aceptan esa explicación tan sencilla se han tomado la molestia de cuestionarla antes, o tienen mejor información de la que nosotros tenemos.

Si no es así, tal vez deberíamos seguir buscando esas respuestas.

Foto:  Sigmund en Unsplash