Señoras y señores. Bienvenidos a la pelea más habitual del mundo. Desde el sitio más recóndito de la condición humana, lugar de nacimiento de muchas de nuestras necesidades, en la categoría de los pesos pesados: el Control. Su oponente, que llega desde el crecimiento y la consciencia, tierra del desarrollo, con peso pluma: la Confianza. ¿Quién gana la lucha Control vs. Confianza?
Una historia
El otro día, después de mucho tiempo y cumpliendo todas las medidas de seguridad, quedé con una amiga. Durante la charla me contó cómo hacían frente en su familia al tema de “quiero usar mi móvil sin control y todo el tiempo” de sus hijos adolescentes. El padre de las criaturas había instalado un software en los teléfonos móviles que hacía que éstos se apagaran después de las 22.30 o dos horas de uso. Este método, me contó, les había ahorrado muchas discusiones y además era muy efectivo porque los móviles se apagaban (salvo para llamadas de emergencia) y ellos no se tenían que preocupar más.
La verdad es que la idea me pareció interesante y, a la vez, me hizo pensar muchísimo.
Dos mecanismos para sentirnos seguros
Tenemos dos mecanismos para sentirnos seguros (me refiero a la seguridad que da reducir la incertidumbre sobre cómo se desarrollaran las cosas). El primero, y con el que probablemente nos sentimos más cómodos, el control. Todos lo utilizamos de alguna manera porque controlar las cosas es una forma de hacer el futuro más predecible.
Y funciona. Cuanto más control ejercemos, menos sorpresas nos encontramos. O eso pensamos. La otra cara de la moneda, que se ve sobre todo cuando trabajamos en el desarrollo de personas – como los que son padres – es que solo prevenimos el comportamiento que no queremos, pero no enseñamos el que es el adecuado y, más importante, no hacemos a nuestra gente responsables de sus actos. Simplemente les quitamos el poder de tomar decisiones.
La otra forma de sentirnos seguros es ese pequeño peso pluma llamado Confianza.
La confianza es creer en la competencia del otro para manejar lo que se le presente: que sabrá hacer frente a los retos y que será responsable del resultado. Por supuesto, antes de llegar a la confianza tenemos que dejar claro cuáles son los comportamientos y el resultado que esperamos. Y, quizás no sea necesario mencionarlo, cuáles son las consecuencias en caso de que se falle.
Al hilo de esto, como responsables de personas debemos entender que el fallo es parte inherente del proceso de aprendizaje y que, tarde o temprano, llegará. Y tenemos que ser capaces de sostener el aprendizaje, también en los fallos.
La confianza llega después del aprendizaje o, mejor dicho, durante el proceso. Una vez que estamos seguros de que el otro tiene las habilidades necesarias para manejar la situación.
Cuando le damos a alguien la oportunidad de controlar sus acciones, tomar decisiones y ser responsable del resultado, estamos promoviendo su desarrollo.
Que alguien se sienta comprometido con una tarea no se consigue desde el control, sino desde la confianza (en inglés).
Pero esto no es gratis. Desarrollar una estrategia de control requiere menos esfuerzo y es muy efectivo en el corto plazo.
Entonces, ¿cuándo merece la pena invertir en desarrollar la confianza?
Pues siempre que queramos desarrollar una habilidad, una capacidad o un comportamiento que duren en el tiempo. Siempre que queramos invertir en que nuestra gente crezca, se desarrolle y se responsabilice (en inglés) del resultado.
Volviendo a cómo he empezado este post. Si no nos enfrentamos a una crisis y necesitamos construir habilidades o comportamientos que se mantengan en el futuro, podríamos apostar que nuestro peso pluma, la confianza, va a ganar la pelea.